lunes, 22 de febrero de 2016

Un músico enamorado

Aquel 14 de marzo de 1710, Venecia presentaba un aspecto inusualmente bello. Los cielos despejados y las agradables brisas de poniente hacían que sus numerosas calles y canales se abarrotaran de todo tipo de gentes, desde comerciantes, artesanos y mercaderes, hasta los grupos más desfavorecidos, pasando por la acomodada nobleza y los ricos comerciantes.

Entre este último grupo se encontraba nuestro protagonista, un singular amante del arte, dedicado en cuerpo y alma a la creación artística. En concreto, Tomaso Albinoni era un artista del sonido, esto es, un músico.

Si su competidor Antonio Vivaldi triunfaba con su estilo sencillo, contundente e inquietantemente acelerado, Albinoni se aferraba a un estilo más sofisticado y elaborado, cuyo esencial objetivo era alcanzar la máxima belleza y perfección.

Con este ambicioso propósito y armado de un excepcional talento, Albinoni se hallaba en su despacho intentando componer su próximo concierto, el cual había de ser "alegre, festivo y al mismo tiempo majestuoso" en palabras del noble que lo había encargado, quien quería embellecer la boda de su primogénito con un concierto digno para la ocasión.

Atendiendo a los deseos del noble, Albinoni se sentía por un lado halagado por haber recibido tan buen encargo y por tan buen precio, pero por otro lado su exagerado perfeccionismo impedía que aflorasen espontáneamente las ideas, y estaba completamente bloqueado en su labor de composición.

Pidió, pues, consejo a uno de sus criados, explicándole la finalidad del mencionado concierto. Éste, que apenas sabía de música, sí supo encontrar una fuente de inspiración para el frustrado músico; el criado creyó oportuno que la melodía del tema sugiriera sentimientos de belleza y relacionados con el amor, debido a que el objetivo del concierto era ser interpretado en una boda.

Por ello, le preguntó a Albinoni si tenía experiencia en el amor, si lo había conocido. El músico, ruborizado, se quedó un instante en silencio, y una vez sonrió y su boca mostró un claro gesto de regocijo, afirmó que estaba intentando conseguir el amor de una bella dama que vivía cerca de su casa.

El criado, entonces, le propuso a Albinoni que por un momento se imaginase a él junto a su platónica amada, que en él aflorasen todos los sentimientos que deseaba experimentar con aquella joven y que de alguna manera tratara de convertir la belleza de su rostro en una melodía igual de hermosa y que pudiera ser adecuada para el encargo del noble.

Atendiendo al consejo de su criado, Albinoni cerró los ojos y quedó solo en la habitación. En su rostro volvió a aparecer esa sonrisa de enamorado, pero esta vez de una manera más intensa.

Pasaron cinco minutos, y tras haber dejado volar su apasionada imaginación, el músico, satisfecho, cogió la pluma y escribió de un tirón los seis primeros compases. Ya tenía el tema para el violín principal, y entonces se dispuso a completar las voces de los otros instrumentos de la orquesta.

Tras una noche en vela de arduo pero a la vez agradable trabajo, Albinoni había logrado crear un concierto espléndido, que sin duda satisfaría con creces las altas expectativas del noble.

Tras unos días de ensayos con la orquesta, el concierto estaba listo para ser solemnemente interpretado en la que sin duda iba a ser la boda más bella que jamás se hubiese celebrado en la ciudad de los canales.

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A continuación, tenéis el concierto que para mí encajaría con el que Albinoni componía en mi relato:

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